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Ramón Rosales Linares
rrosaleslinares@gmail.com
@rrosaleslinares.
Cuando se publicó la novela 1984, en 1949, las telecomunicaciones no tenían la cobertura, alcance y profundidad de hoy, de tal manera que al Gran Hermano del Estado se le han unido unos parientes con los cuales hay que convivir, luchando por controlar, casi solitariamente, sus ansias de vigilancia. No tenemos aún la colaboración y solidaridad suficiente para enfrentar colaborativamente la vigilancia de nuestras vidas por la poca sensibilidad que existe sobre el tema a nivel mundial, como ocurre con el cambio climático o con la pobreza.
En la novela 1984 de George Orwell (pseudónimo del escritor británico Eric Arthur Blair, 1903-1950) escrita entre 1947 y 1948, publicada en 1949, se describe una sociedad gobernada por un “Superestado”, encarnado en la figura del “Gran Hermano”. Para los críticos literarios, 1984 es una distopía, vale decir una antiutopía y por lo tanto indeseable, proponiéndose el autor describir una ficción que evidenciase lo negativo de vivir bajo la vigilancia permanente de un Gran Hermano, materializada esta en numerosas manifestaciones, desde las avasallantes publicaciones que inundan los distintos espacios privados y públicos, hasta el apoderamiento de las mentes de los habitantes de un país.
A más de setenta años de la publicación de 1984 vale la pena reflexionar si tenemos uno o varios hermanos que nos mantienen en constante vigilancia. Hoy no solo son los gobiernos, de cualquier orientación ideológica, los únicos que con sus manías persecutorias nos vigilan, sino que han salido unos Grandes Primos a ampliar la vigilancia de las personas. Al menos me atrevo a mencionar cuatro primos del Gran Hermano ideado por George Orwell ante los cuales debemos desarrollar resiliencia para que no nos laven el cerebro, o al menos nos dejen actuar con un mínimo de libertad. Sin que el orden de enumeración revele su importancia, señalo a la Organización Mundial del Comercio, OMC, a las Corporaciones Digitales Multinacionales, las Criptomonedas y a las Sectas Religiosas como integrantes de esa familia de primos que se une al Gran Hermano Estado en sus pretensiones de vigilar nuestras actuaciones, capturando los datos que vamos dejando aquí y acullá.
Bajo la ilusión de una correlación entre comercio y desarrollo económico, la OMC lidera la cruzada para que se derribe cualquier barrera a la libre circulación de las mercancías, incluyéndose en esta categoría cualquier dato que resulte de la acción humana. El Director General Adjunto de la OMC, Alan Wolff, (https://www.wto.org/spanish/news_s/news20_s/ddgaw_09apr20_s.htm) se hace eco de una propuesta de importantes proveedores de servicios, a propósito de la pandemia del COVID 19, para que, cito: “en este contexto, debe garantizarse la libre circulación de datos médicos y sanitarios anónimos entre interlocutores de confianza”. (subrayado mío). ¿Significará esto que nuestros expedientes médicos, crecientemente depositados en computadoras y en eso que llaman “nubes”, serán, o ya son, objeto también de la “cosificación” para su intercambio económico? ¿Distopía?
A la “prima” OMC del Gran Hermano ya andan desatadas hace algún tiempo otras encarnadas en las Corporaciones Digitales Multinacionales, no siendo necesaria mencionarlas con sus nombres comerciales pues a granel hay literatura al respecto. Aprovechándose que el Estado Leviatán es el “paganini” de toda vigilancia totalitaria, las Corporaciones Digitales Multinacionales, amparadas en la desregulación y el retiro de los gobiernos en sus funciones controladoras, han ganado un espacio que difícilmente abandonaran por aquello de que quien golpea primero golpea dos veces. ¿Desde cuándo se viene, infructuosamente, tratando de detener las diversas maneras de conversión en commodities de los datos que las personas dejan en las redes sociales?
Pero la familia del Gran Hermano no aspira a contar únicamente con parientes como las ya mencionadas, sino que por ahí vienen al menos otras dos “primas” que pueden convertirse en aliadas en la vigilancia de las personas. Me refiero a las criptomonedas que surgiendo para eludir el control del Estado se apoyan en la infraestructura del “blockchain” se han posicionando como un medio de intercambio en la economía globalizada. Ya estas irreverentes monedas han conseguido cotizarse en medios bursátiles y dado que sus transacciones requieren de eso que llaman minería, los datos de compradores y vendedores están, encriptados y todo, en una maraña de computadoras disponibles para “primos” del Gran Hermano. La cadena de bloques no solo sirve para criptomonedas sino para cualquier otro objeto, documentos, por ejemplo, susceptibles de ser encriptados y distribuidos en el mundo virtual. Está por verse si al final las criptomonedas cooptaran al Estado como ha ocurrido con otras insurgencias de la historia, las letras de cambio, por ejemplo; o si, por el contrario, el Estado, cumpliendo las órdenes de las corporaciones multinacionales terminaran metabolizando esta modalidad de pago.
Finalmente, en este relato de la familia del Gran Hermano no puedo dejar de mencionar la posibilidad de que surja otra “primita” en representación de la religión como institución macro. Me refiero a las sectas religiosas que amparadas cada una en su propia versión de su destino manifiesto, se auto designan custodios de la humanidad y pretenden establecer votos de obediencia a sus afectos, que incluye no solo que transfieran todos sus datos, sino los de sus familiares, vecinos y no vecinos. En este mundo, ni antes ni ahora, el Gran Hermano por más abarcante que sea, o haya sido, su accionar ha podido impedir que las sectas surjan y se desarrollen, llegando eventualmente algunas de ellas hasta acceder a posiciones de poder dentro del Estado.
Ahora con el coronavirus, se afincarán más los “primos” del Gran Hermano en su labor de vigilancia masiva. Y así como ocurrió con los ataques terroristas de septiembre 2001, la reanudación de la internacionalización de la economía, que la globalización demanda, traerá nuevas disposiciones para que las personas “entreguen” voluntariamente (si quieren o necesitan viajar) información no a un Estado sino a dos: el del origen y el de destino. La escalada de datos que serán extraídos requerirá una capacidad de procesamiento que a lo mejor los computadores actuales no disponen, pero pronto eso no será obstáculo y posiblemente una generación de robots se encargaran de vigilarnos.
No sé qué pensaran ustedes, pero yo creo que, por ahora, nos sale extremar nuestro cuidado a la hora de “entregar” datos en las redes y sin resignarse apocalípticamente a la vigilancia, aprendamos a convivir en un mundo cada vez menos privado, sino paradójicamente más público; eso sí, sin renunciar a impedir que el Gran Hermano y sus primos y primas se pasen de la raya amarilla. Aprovechemos que no han inventado aún, creo, el algoritmo o robot capaz de leer nuestras mentes ni escanear nuestros sueños, para construir resiliencia a la vigilancia, pues seguro que por ahí anda más de uno tratando de acabar con esta autonomía aun disponible en nuestros cerebros.
Nota: Para saber más de este tema les recomiendo ver este vídeo ¿Por qué me vigilan, si no soy nadie? Marta Peirano (Tiempo: 9:32) https://www.ted.com/talks/marta_peirano_the_surveillance_device_you_carry_around_all_day?language=es
Ingeniero Industrial
(1972, Universidad de Carabobo, Venezuela)
Maestría en Administración de Empresas
(1986, Instituto de Estudios Superiores de Administración, IESA, Venezuela)