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WhatsApp, creada en 2009 por el ucraniano emigrado a EEUU, Jan Koum, ya no solo es la plataforma más empleada en la comunicación personal a través de las redes sociales sino que ha impuesto un modo de gerenciar organizaciones, particularmente las micros y pequeñas empresas.
Con más de dos mil millones de afiliados, detrás de Facebook (2,9 MM) y Youtube (2,5 MM) WhatsApp da curso diariamente a más de cien mil millones de mensajes en ciento treinta y ocho países. Su gratuidad, además de explicar su velocidad de difusión, la ha convertido en un excelente protagonista en la economía informal.
En un mundo donde las grandes empresas y las burocracias gubernamentales dejan poco margen para una competencia formal con igualdad de condiciones para los pequeños actores económicos, estos se refugian para sobrevivir en la economía informal, que cada día representa un importante porcentaje del PIB mundial. Estudios señalan que el PIB registrado oficialmente debería ser incrementado alrededor del treinta por ciento para medir la riqueza total de las naciones.
La primera revolución tecnológica se basó en la energía mecánica y la segunda en la electricidad, también una forma de energía, pero las dos últimas, la informática y la actualmente en curso, la digital, difieren en usar menos energía para su difusión y empleo. Desde la revolución del computador, la información pasó a constituir un insumo accesible y progresivamente imprescindible para la gestión de las organizaciones. Las marginales Pymes, aún con el analfabetismo tecnológico que las caracteriza, fueron permeadas y beneficiadas por la ola informática.
Hoy en día es casi imposible que la más débil microempresa o Pyme no disponga al menos de un computador en el cual se apoyan sus directivos y empleados para la gestión diaria. Mucho han luchado gobiernos, académicos y en particular consultores para tratar de que la gerencia de estas organizaciones se “modernicen” y cierren la brecha informática necesaria para competir en la economía formal. Sin embargo, la informalización de la economía tiene en las micros y Pymes sus principales representantes, demostrando que hacen falta muchas cosas adicionales a la adhesión a la revolución informática, para traer al campo de la economía formal a este vasto conglomerado de organizaciones, vitales no solo para democratizar la economía sino para emplearlas como instrumento de reducción de las desigualdades.
Con la revolución digital aumentan las posibilidades para que las empresas, de cualquier tamaño, ojo, medren ganancias en el lado informal, incluso ilegal, de la economía. Como toda innovación disruptiva, la regulación de los Estados ante las consecuencias negativas del uso de nuevas tecnologías va detrás en el tiempo. Solo cuando se hace visible en gran escala, como viene ocurriendo ahora con la privacidad y la ciberseguridad en la era digital, se activan las alarmas para analizar qué se puede hacer con esas tecnologías para que la “fiesta siga en paz” en la economía. Para cuando llegue la regulación necesaria y adecuada, que sin castrar la innovación, no permita que esta se desmadre social y políticamente, muchas fortunas se habrán creado.
Es válido preguntarse cómo es posible que las empresas que lideran las redes sociales valgan cifras astronómicas, cuando su negocio fundamental está en la gestión de “bits”, datos e información provenientes de sus usuarios. Que Amazon valga por encima del trillón de dólares, más de cuatro veces el PIB de Argentina, se puede explicar porque además de estar en el negocio de datos e información es el gran comercializador por internet de bienes, desde una simple prenda de vestir hasta una sofisticada máquina electrónica. Igual se entiende que otro gigante como Microsoft valga lo que vale pues produce software que permite la gestión de las organizaciones. Pero que WhatsApp haya sido adquirida en el 2014 por Facebook por casi veinte mil millones de dólares incita a preguntarse por qué de esa astronómica compra.
Una posible especulación sobre el espectacular protagonismo de aplicaciones como la de WhatsApp se encuentra en el atractivo insuperable de la ilusión de la gratuidad. Creyendo que los almuerzos pueden ser gratis, los internautas emplean cada vez más las redes sociales. El número de usuarios de redes sociales crece al diez por ciento anual, mientras que los usuarios de internet lo hacen al cuatro por ciento. Además ya es un estándar de comportamiento emplear casi tres horas diarias en redes sociales y, lo más llamativo, empleando cada usuario promedio de estas más de siete plataformas, siendo Facebook, Youtube, WhatsApp, Instagram, Wechat y Tiktok las de mayor acogida.
Si bien las estadísticas indican que la motivación principal para usar las redes sociales es para la interacción con amigos y familiares, ya se nota la tendencia de emplearlas también en actividades de negocios. Y es aquí donde WhatsApp, y más recientemente Telegram, están apostando a penetrar un filón de mercado aun no ampliamente explotado en las mismas magnitudes que ya han hecho con la data personal extraída a los usuarios de las redes sociales, como es la data e información de las empresas, sobre todo de las informales. El uso del WhatsApp se ha convertido en las micros y Pymes en el sustituto, distorsionado por supuesto, de los sistemas ERP (Planificación de Recursos Empresariales) que muchas empresas emplean en su gestión estratégica y operativa. “Mándame un WhatsApp”, o ya “te envío un WhatsApp” se ha convertido en el reemplazo de la cotización o el pedido formal que registra la transacción que le da vida a las empresas.
El modo WhatsApp, versátil en sus prestaciones, sencillo para operar y sobre todo gratuito, constituye una atracción irresistible para diferir y hasta obviar la necesidad de formalizar los procedimientos para registrar y resguardar oportuna y adecuadamente la data de la cotidianidad empresarial. Esta data es la materia prima para obtener la información relevante que junto al conocimiento intuitivo y acumulado de los gerentes les permite a estos diseñar las acciones presentes y futuras. Entregan, pues, los adictos al WhatsApp su pasado y su presente a la “nube” en donde hay quienes si lucran con estos “bits” que ingenua e ignorantemente se les entrega. No hay almuerzo gratis. Todo está bajo control, si, cierto, pero de nuestros “mecenas” que nos dan “gratuitamente” un servicio de mensajería a cambio que les permitamos mercadear y comercializar nuestros datos.
REFERENCIAS
https://nestoraltuve.com/2022/01/31/informe-anual-estadisticas-de-internet-y-digital-a-enero-2022/
https://www.amazon.com/PYME-ERA-POST-COVID
Foto de Christian Wiediger en Unsplash
Ingeniero Industrial
(1972, Universidad de Carabobo, Venezuela)
Maestría en Administración de Empresas
(1986, Instituto de Estudios Superiores de Administración, IESA, Venezuela)