La sindéresis: ¿un eslabón perdido en época de los influencers?

La sindéresis: ¿un eslabón perdido en época de los influencers?

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Una nueva categoría de actores en la cada vez más extensa telaraña comunicacional es el de los llamados influencers, anglicismo empleado para identificar a quienes poseen “capacidad para influir sobre otras personas, principalmente a través de las redes sociales”. Al acotarlo dentro de las redes sociales, el término influencer constituye una nueva denominación para una vieja noción. Ha sido inherente al homo sapiens disponer de una capacidad innata que lo distingue de los animales como es el de usar el cerebro para razonar y dentro de los usos de esta facultad influir en el pensamiento e incluso en el comportamiento de otras personas.

Si hacemos abstracción de las redes sociales, deberíamos aceptar que siempre ha habido influencers, variando el ámbito o escala de la influencia. Cualquier tomador de decisiones en cualquier organización, desde la familia hasta la Naciones Unidas, incluyendo todo género de empresas, necesariamente es un influencer pues toda decisión moviliza recursos que implica el concurso de una o más personas, debiéndose influir en estas para ejecutar las decisiones. Todo gerente, pues, debería asumirse como un influencer que usa su capacidad natural de razonar, pero con sindéresis. Este último término proveniente de los griegos pero expuesto principalmente por San Jerónimo, San Agustín de Hipona y Santo Tomás de Aquino, entre otros, ha sido marginado dentro de las capacidades que también, al menos teóricamente, traemos todos los humanos como es el de “juzgar rectamente”. Digo teóricamente porque juzgar rectamente puede verse como una utopía dado que no hay posturas absolutas sino relativas y probablemente la sindéresis se ha convertido en un eslabón perdido en el comportamiento de los opinadores y tomadores de decisión por el sectarismo y dogmatismo de quienes, aún con sinceras convicciones, evaden confrontar sus perspectivas con la de otros.

Muchos influencers opinan desafiando a Sócrates (“solo sé que no se nada”) y sin comedimiento alguno se autoproclaman poseedores del conocimiento e ignoran, cuando no descalifican, cualquier variante o alternativa a “sus experticias”. Tenemos entonces, muchos influencers con poca sindéresis, resultando un desperdicio de esa capacidad innata del homo sapiens de razonar. Lamentablemente este desperdicio no solo ocurre en el ámbito de las redes sociales sino también en las empresas cuando algún “líder”, directivo o actor relevante, que son también influencers, proclaman sus decisiones y pareceres sin tomar en cuenta las opiniones diferentes o lo que es más pernicioso a veces sin evaluar las alternativas que pueden existir a sus pareceres o propuestas.

Quizás uno de los efectos más duros de asumir que ha traído la pandemia del COVID 19 es el desnudo a que ha expuesto no solo a los sistemas de salud en los diferentes países, sino a muchas verdades y paradigmas que se daban por validos eternamente, incluyendo, por ejemplo, la desterritorialización de la producción permitiendo que las jeringas, máscaras y otros equipos de protección personal se fabriquen en países con mano de obra barata o incluso infantil. El COVID 19 nos desafía a construir, con la angustia del tiempo breve, para sobrevivir con consensos amplios para enfrentarla. A año y medio de la pandemia sus efectos aún están en desarrollo con muchas aristas imprevisibles por lo que se necesitan influencers, o aspirantes a ello, que a la par de opinar sobre si tal solución o enfoque es válida asuman su auto designado rol al menos con un mínimo de ética y ofrezcan a sus seguidores referencias para que ellos indaguen, si así lo deseen, sobre los fundamentos de sus teorías y si no es mucho pedir ofrecer referencias de las alternativas a sus teorías y verdades.

A diferencia de otras pandemias que registra la historia de la humanidad, la del COVID 19 ha encontrado en la extendida infraestructura de la internet la plataforma para que en ella se exprese cualquier opinión sobre las causas y remedios asociados al coronavirus, no habiendo literalmente ni tiempo ni medios para detectar cuáles de esas opiniones responden a un “juicio recto” de la situación. Hoy disponemos de influencers pro vacuna e influencers anti vacuna, y muchos de ellos devenidos en “expertos” que mantienen una polarización dañina pues mientras ellos hacen su trabajo y consiguen sus adeptos, la pandemia continua con sus variantes haciendo estragos.

Queda entonces invitar a todo aquel que le “suene raro” lo que diga tal o cual influencer o proto influencer a emplear la sindéresis y completar el trabajo, indagando sobre la antítesis de lo que se proclama desde santuarios que por muy santos que sean, o se autoproclamen, no poseen la verdad absoluta.

Gracias al COVID 19 experimentamos algo que siempre ha estado en el ambiente de las opiniones y verdades: el homo sapiens cuando no sabe de algo, no necesariamente se queda callado, sino que muchas veces opina. Lo que ha expuesto con exuberancia el COVID 19 es más que una infodemia, es una especie de infoxicación o de infobesidad que también ha estado y está presente en otros temas, particularmente los asociados con ideologías, religiones o regímenes políticos o incluso los aparentemente operacionales como un sistema electoral. Gracias coronavirus por hacernos vulnerables, no somos dioses solo homo sapiens aún en proceso de aprendizaje no de dioses sino de humanos con sindéresis, con capacidad de juzgar rectamente. Démosle un nuevo chance a la sindéresis para que haya mejores influencers que sin duda los necesitamos.

REFERENCIAS

Imagen principal por Mateus Campos Felipe de Unsplash

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